La Ruta de la Plata….
Comenzaremos presentándoles a un camino de ancestrales pisadas, que fue, y sigue siendo, firme ejemplo del paso del Imperio Romano por la península ibérica. Hoy hablaremos de La Ruta de la Plata.
En un territorio llamado España, que conforma la península ibérica, no solo se disfrutan pueblos colmados de leyenda. Es una viva leyenda el propio territorio. Y para demostrarnos dicha afirmación, no existe mejor testimonio que el camino. ¿No hay un dicho, que reza: el camino se demuestra andando?
Pues uno de los múltiples caminos, rutas, itinerarios, derroteros -llámenle como deseen- de tantos que se puedan enumerar, se conoce por Ruta de la Plata.
¿Qué es la Ruta de la Plata? Ahora volvemos a nuestros “amigos” los romanos.
Hay una ciudad romana al lado de Sevilla llamada Itálica, concretamente en el término de Santiponce, donde nacieron dos hombres que llegaron a ser emperadores de la gran Roma, y se distinguieron como, Trajano y Adriano aunque algunas fuentes hablan también de un tal Teodosio.
Y, fíjense lo que son las cosas, que, durante el mandato de los dos primeros, se crea en el occidente peninsular esta gran ruta de comunicación, (ruta de la plata) que une las regiones del sur, con la cornisa cantábrica, de la que entonces se llamaba Hispania.
Que, por las circunstancias del destino, tiene esta pequeña ciudad mucho que ver con la ruta que tratamos, pues nace ahí la carretera de Mérida, que transita hasta Gijón, último pueblo del citado itinerario. Por supuesto, luego de cambiar los sentidos direccionales oportunamente. (Ojalá, existieran carreteras directas como pretendían sus inventores)
Siglos de pisotones lleva la senda de la plata, que cualquier apasionado de la crónica conoce, entre las muchas que se construyeron en la época romana. Los romanos veían con claridad que el mundo sin comunicación, no se convertiría en tal.
Miles de kilómetros de calzadas, convirtieron en red de comunicación varios modelos de vías, que lo mismo admitían tropas, comerciantes, mercancías y viajeros, para llevar o traer. Cultura, religión y poder, que había que tener controlado todo el imperio. La mejor manera, facilidad –relativa facilidad- para la comunicación.
Puestos en antecedentes del significado de la ruta, hablaremos ahora de sus pueblos. No detenidamente, pues harían falta “algunos” metros de papel, y uno que otro río de tinta.
Desde Sevilla a Gijón, pasando por Santiponce, Carmona, Monesterio, Fuente de Cantos, Calzadilla de los Barros, Mérida, Cáceres, Casar de Cáceres, Plasencia, Carcaboso, Baños de Montemayor, Béjar, Salamanca, Zamora, Benavente, León, Pola de Gordón, Lena, Aller, Mieres, Riosa, Morcín, Ribera de Arriba, en ese orden, aparece uno tras otro el protagonismo de los pueblos de ésta vía.
Una fehaciente muestra, el Teatro Romano de Mérida.
No sería digno ni honrado restar belleza, comentario o distinción, a los núcleos que atraviesa este camino romano, que en muchos lugares aún se tocan sus piedras originales, ciertos monumentos o vestigios, para ahondar aún más en la personalidad de este país. Su idiosincrasia, sus gentes, en definitiva, su pluralidad cultural y geográfica.
Decía un excelso poeta de apellido Machado… “caminante, no hay camino…se hace camino al andar…y al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca, se ha de volver a pisar… golpe a golpe…verso a verso…” En su día convertido en canción, por otro ilustre de nuestra maravillosa tierra, Joan Manuel Serrat, que lo “dice” como nadie en su disco del año 68.
A mi juicio el poema es un tanto derrotista en cuanto a lo de no volver a pisar la senda, porque infinidad de veces se vuelve una y otra vez por el mismo camino. Sin dejar que la filosofía nos conduzca fuera del contexto, es cierto que los caminos, se hacen para pisarlos. Y esta calzada romana lo señala de una manera preclara: sus poblaciones, son para visitarlas, todas, una a una.
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